domingo, 7 de junio de 2009

El botox y los votos


Claudia Ruiz Arriola
7 Jun. 09, MURAL
Como mi colega de páginas Sergio Aguayo, llevo buen rato meditando si anular o no mi voto. Hasta esta semana ni los sesudos análisis leídos, ni la sana práctica de escuchar a todas las partes me habían convencido de hacerlo. Pero el martes la esclarecedora Jerarquía de la Iglesia Católica se pronunció en contra de la iniciativa y mis dudas llegaron a su fin. Si instituciones tan impresentables como la Iglesia, el PAN y el PRI están en contra de la anulación, me dije, algo bueno debe de haber en este asunto.
Mis instintos no fallaron y pa' pronto me topé con tres argumentos tan conservadores como falaces para detener la iniciativa. Las dos primeras objeciones parten del "sospechosismo" de que el movimiento para anular el voto tiene de ciudadano lo que la escocesa Susan Boyle tiene de humildita y cuerda. Según esta conjetura, la anulación es una estratagema del PRI pues, siendo el que más voto duro tiene, sería el beneficiario directo.
O sea, el todopoderoso PRI crea la campaña, manipula a la ciudadanía para que anule su voto y acarrea a su gente para ganar la elección. Todo muy claro, excepto que no sólo no hay ni rastro del PRI en los movimientos pro anulación, sino que se olvida que si de acarreados, afiliaciones masivas y apoyos chapuceros (como el de la Iglesia y la IP) se trata, el PAN no canta nada mal las rancheras.
El tercer -y más falaz- de los argumentos contra la anulación del voto va por otro lado: se trata de la idea (promovida según esto por Lorenzo Servitje, la IP y la Iglesia) de que hay que apoyar a "nuestro Presidente" dándole un Congreso blanquiazul para que apruebe las reformas estructurales que el País requiere. Este argumento resultaría irrisorio de no ser porque oculta un engaño trágico.
Y es que, en el fondo, la propuesta de votar por el PAN para darle al Presidente un Congreso a modo amenaza con echar por la borda lo poco que hemos logrado a nivel democrático y cívico desde el feliz descalabro del PRI. O sea, en vez de anular el voto, lo que estas personas promueven como "cívico, ciudadano, patriota y responsable" es sufragar para volver a lo que el PRI significó y lo hizo tan funesto para el País: un presidencialismo descarado apoyado en un Congreso palero y agachado (y lo trágico es que, quienes así razonan, o no se dan cuenta que esto es lo que promueven o nos quieren ver la cara de bembos).
Según esta postura, con un Congreso mayoritariamente panista el País va a funcionar de maravilla y colorín colorado, vivimos felices por siempre. Lo que se olvida al razonar bajo esta ideología de cuento de hadas es a) que la labor más propia de los políticos democráticos es llegar a acuerdos con la Oposición, no eliminarla (para eso les pagamos una beca que nos sale más cara que tener un hijo tonto en Harvard), b) que con una Legislatura azul las reformas podrán pasar de volada en papel sólo para verse bloqueadas por una Oposición que -a falta de voz y voto en el Congreso- no dudará en sacar a sus huestes a las calles en señal de protesta; y, c) que ese cuento de que una Oposición débil conduce al florecimiento del País bajo la santurrona aureola de los albiazules se lo cuenten a otro perro, porque aquí en Jalisco vamos para 18 años de probar la teoría con resultados que han ido de la campechana ridiculez de Cárdenas, al despotismo biliar de Opaco, a la arrogante estupidez de un Gobernador (Emilio) que sabe que "los suyos" le van a aprobar cualquier capricho.
Dicho más claro y sencishito: pedir que se vote por el PAN bajo el noble argumento de ayudar al Presidente resulta mucho más nocivo para la democracia que anular el voto o sufragar por cualquiera de las otras opciones en liza.
Pero, como dijera Raúl Velasco, aún hay más: amén de que las cosas no van a mejorar de golpe y porrazo con 3 ó 10 por ciento de votos nulos el 5 de Julio, lo cierto es que Cornelius Castoriadis tiene razón cuando dice que en una democracia "no puede haber soluciones sin cambios radicales en la organización de la sociedad que la lleven a postular algo más que la resignación o el arcaísmo". Y eso es lo que promueven las organizaciones en pro de la anulación: que nos neguemos a elegir entre la resignación de votar por el "menos pior" o el arcaísmo de la anarquía callejera.
Que no nos sintamos "moralmente obligados" a sufragar por las chafísimas opciones existentes, pues ese razonamiento no sólo ha llevado a más de un tirano al poder, sino que es como ponerle botox a nuestra democracia: una solución epidérmica y cosmética que si bien permite crear una lozanía de tres años para engañar a la vista más superficial, en nada alivia la decrepitud espiritual de una ciudadanía maniatada y resignada a su suerte.
Apostar por el voto nulo no es ninguna panacea, pero sí es rejuvenecer nuestro espíritu cívico y expresar la esperanza de que las cosas pueden cambiar usando los medios legítimos que nos brinda la democracia, actuando con absoluto respeto a los derechos de terceros, a las instituciones republicanas y a las reglas del juego.

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