lunes, 1 de junio de 2009

La novena opción: ética y anulación del voto

Rossana Reguillo

Contra toda lógica instrumental, me parece que la opción de anular el voto ciudadano de manera consciente y decidida, no se deja leer desde las perspectivas que reducen lo político a la política formal que a su vez es generalmente (mal) comprendida como una especie de relación contractual entre la autoridad gubernamental y la ciudadanía. Es solo la reducción del voto a esa dimensión utilitaria, la que explica la resistencia o impugnación que se levanta desde algunos espacios –todos ellos formales- a la opción de anular el voto.

El voto tiene que poder ser algo más que un instrumento “útil” en un mercado de opciones finitas y ese “algo más”, solo puede ser bien calibrado desde el territorio de la ética. Y quiero, por ética, entender con Spinoza, no el conjunto de preceptos y normas impuestas por un orden superior y/o jurídico, sujetos a castigo o a reprimendas en caso de incumplimiento, sino algo mucho más vital, más denso y al mismo tiempo más sencillo: la libertad del hombre (Spinoza escribió hace varios siglos, por tanto no es criticable su uso metonímico –la parte por el todo-, del género) y la fuerza de sus afecciones. Intentando poner este postulado en clave electoral contemporánea, me parece que lo que está en juego desde una ética política, en el contexto de las actuales elecciones, es justamente el balance que cada quién y cada uno y una, pueda elaborar para no fallar a su propia libertad, manteniendo al centro lo que para Spinoza era el motor de la socialidad: las afecciones, es decir, las pasiones, es decir las emociones (no en su sentido banal de lo opuesto al intelecto, sino justamente lo contrario. Sin afecciones no hay intelecto posible). Y, es fundamental, en este balance, asumir que los “no lugares” no existen (salvo como potencia) y que un voto nulo es un lugar cargado de sentido, una superficie donde se inscribe un juicio y una posición ética, que expresa no solamente un rechazo, sino que vislumbra en sí misma la creencia de que otro orden es posible.

En la iglesia, en el servicio militar, se habla de “objeción de conciencia”, como un rechazo al cumplimiento de determinadas normas jurídicas. El movimiento “Anulo mi voto”, se inscribe y se suma a una larga e histórica tradición en la que el derecho subjetivo, fundamentado en una evaluación consciente e informada de las cosas dadas, apela en última instancia a la ética: no suscribir aquello que atenta contra la propia libertad de elección y contra aquello que contradice nuestras “afecciones”.

Si el creciente movimiento “anulo mi voto” se convierte en algo más, en un programa o propuesta, es otra discusión. Lo que me parece que hay que sacar de las consideraciones, si se quiere optar por el territorio de la ética y no por el de la racionalidad instrumental, es, en primer término, la “valoración estadística” de los votos nulos; a una posición ética, tomada desde el derecho subjetivo, esta consideración le es irrelevante; y, en segundo término, es el efecto “práctico” inmediato lo que no entra en la valoración. No se trata de un juego de “estrategia”, de desfavorecer o favorecer, sino de una imposición –ética-, que emerge de lo más profundo del ser ciudadano.

Más allá de la medición puntual y estadística, los votos nulos que se acumulen y que serán, sin duda, claramente diferenciables de los errores, la novena opción será un grito silencioso en el que miles de mujeres y hombres, jóvenes y viejos, profesionistas y empleados, estudiantes y profesores, habrán de plantear por lo menos una interrogante al sistema de partidos. Y ya nos enseñó Italo Calvino, quien comanda la comunicación no es el habla, sino la escucha. Escuchar sigue siendo, todavía, una opción.

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