domingo, 21 de junio de 2009

Siempre los otros, urge un nosotros

Augusto Chacón
2009-06-20•Al Frente
Sólo sabiendo se puede mirar así.
Sólo mirando se puede saber así.
Raúl Bañuelos

Si nos abstenemos de votar o si votamos para que ningún partido sume a su favor nuestra voluntad, dicen que dejaremos que otros decidan por nosotros. Lo que no aclaran es quiénes son esos otros que dispondrán de la vida nacional sin considerarnos, tampoco enuncian qué es lo que decidirán. No obstante, cuando tal afirman, una fibra muy delicada y sensible que los mexicanos compartimos nos lleva a decir: ah, qué la canción, por mí no decide ningún otro, nomás eso faltaba.

¿Decidimos las propuestas, los candidatos y el plan de trabajo de los partidos? No, lo hacen otros; sólo nos toca optar entre nombres, logotipos y frases de ocasión predeterminados, aunque no nos gusten. ¿Decidimos el nivel intelectual de las campañas de quienes buscan que votemos por ellos, o decidimos que llamen a nuestras casas a contarnos chismes cada uno de cada cual en nombre de encuestas espurias? No, es también prerrogativa de otros. ¿Podemos opinar sobre lo que hará el candidato ganador luego de que se instale en el puesto que “decidimos” darle? Tampoco, si así fuera, el Congreso no habría cerrado dos meses para que 28 de los 40 diputados cumplieran su inevitable metamorfosis trianual: mudar de oruga a oruga; si nuestra decisión valiera algo, el río Santiago no sería cauce de enfermedades, de corrupción, nadie le regalaría dinero a Televisa o haría obras de pésima calidad y caras para después, como si nada, pretender ser diputado federal por el distrito 10.

Siempre deciden otros, pero cuidado: no los que votan por un partido diferente al nuestro o los que se abstienen o los anulistas; sino otros que un día son diputados, después senadores, regidores, líderes sindicales, iluminados de barrio, gobernadores, etc. Los reconocemos porque se congregan en camarillas llamadas partidos, y se amparan beatíficamente en la Constitución.

Estos otros no pueden estar a favor de la reelección directa de legisladores, va en contra del corporativismo porque las candidaturas son moneda corriente para comprar adeptos; por lo mismo es impensable que den acceso a la posibilidad de candidatos independientes. Estos otros tuercen lo que sea con tal de impedir la reglamentación del plebiscito, del referéndum y la revocación de mandato, son decisiones, dicen, que les corresponden por derecho de casta, y deciden no decidir. Estos otros se espantan ante la transparencia y la rendición de cuentas, ¿cómo queremos que hagan su trabajo si nomás estamos mirándolos y preguntando? Nuestro poder de decisión está para ejercerse cada tres años y está circunscrito a las opciones que estos otros deciden darnos. ¿Podemos decidir que se haga justicia a los bebés quemados en Hermosillo por la corrupción y estupidez de estos mismos otros? No.

Si votamos por alguno de los partidos que nos proponen, seguiremos dejando que estos otros mantengan su república alterna a nuestras costillas; pero también si anulamos o nos abstenemos. Es decir: tengamos cuidado al identificar a los otros que los otros ya conocidos nos quieren vender como dañinos: los ciudadanos ejerciendo su derecho-obligación de votar no son el origen del rumbo que toman las cosas públicas, así voten por alguien, no vayan a las urnas o anulen su boleta. Son esos otros enquistados en el presupuesto quienes deben hacerse cargo de los distintos niveles que puede tener el mensaje que sin duda contiene toda votación. Tan respetable es quien opta por un partido como quien se abstiene o anula; no les hagamos el juego a quienes amarran navajas para simular un estado democrático, una venturosa transición política.

Una muestra de lo que los otros ya conocidos pueden hacer con las decisiones que según ellos tomamos nosotros, la tenemos en Iztapalapa, ciudad de México: ahí Andrés Manuel López Obrador, que está en contra del voto nulo, quiere que el movimiento que él creó anule el de los ciudadanos de esa delegación: voten por el PT, si gana, el electo va a renunciar para que gobierne una por quien ustedes no votaron.

Si nos ponemos estrictos, y ya es hora: no importa por quién sufragues, en este país los votos nacen nulos por taras de genética política. Quizá es momento de aumentar el valor del gesto de anular: que el voto anulado conscientemente sea símbolo del cambio que exigimos, uno al que inclusive los iraníes se atreven.

abenavides@milenio.com

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