jueves, 25 de junio de 2009

Sin deliberación no hay autonomía

Adán Ángeles Jaramillo

25.06.09

La insuficiencia del abstencionismo radicaba en que lo interpretaban las personas equivocadas. Pero a esa expresión de desencanto se ha sumado otra con contenidos específicos. Esta vez el voto nulo nos presenta la oportunidad de deliberar y, quizá, de madurar nuestra democracia, porque nos permite evaluarla y discutirla.


No se trata de números, mayorías o minorías, sino de problematizar y desarrollar sociedades plurales que interactúan con problemáticas diferentes. Desde esta iniciativa, la democratización, como nos recuerda Lechner, es aprender a valorar la existencia de criterios dispares acerca de «lo mejor». Porque no existe la verdad absoluta, porque somos responsables de decidir el futuro. Lo trágico de los partidos políticos es hacernos olvidar que el orden es una tarea colectiva. Por tanto, la política a la que estamos llamados ciudadanos y partidos, es aquella en la que los objetivos de una sociedad se elaboran y deciden continuamente.


Como el abstencionismo, el voto nulo también ha sido interpretado bajo la mezquina mirada de los partidos políticos que lo descalifican o, que en un caso peor, lo miran estadísticamente como un voto que compite en números con los votos que obtendrán sus candidatos partidistas, como si el voto nulo perteneciera a un partido más, aunque con la tranquilidad para éstos de que no ha sido registrado. No obstante, la dignidad y la utilidad del voto nulo está a salvo por significar una instancia ciudadana deliberativa y también democrática.


Algunos ciudadanos descalifican el voto nulo pensando que hay que votar por un partido determinado, pero quizá lo que no se ha advertido es que ni el sistema de partidos ni el sistema de votación expresan con claridad una acción deliberada. Por tanto, no podemos hablar de una autonomía. Los ciudadanos entendemos que el espacio público ha sido monopolizado por los partidos políticos.

El IFE tampoco ha dado muestras de claridad en el manejo imparcial de las votaciones partidistas. Quedan muchas dudas de su autonomía. El hecho de que sean los ciudadanos quienes operen las casillas electorales parece disculpar al IFE de numerosas irregularidades, pero la conformación del organismo electoral deja ver ingerencias partidistas.


El voto por un partido político no expresa claramente una deliberación ciudadana por una plataforma de trabajo. Y aunque sigue siendo la vía legal para la expresión ciudadana, el voto es un mecanismo acotado que no permite declarar más que la continuidad o la alternancia de partidos políticos en los puestos que deciden la vida pública de una presunta sociedad, pero no más. Los partidos políticos interpretan que los ciudadanos entregan ciegamente su confianza con el voto partidista. Y en parte es cierto, muchos ciudadanos creen que su responsabilidad termina con asistir a las urnas. Pero, ¿qué pasa cuando las plataformas que se exhiben en tiempos electorales se desdibujan o simplemente son incumplidas por los políticos electos? Los ciudadanos extienden su queja, sin efecto, por otro trienio o sexenio, según aplique.


No obstante, con todas las limitantes e imperfecciones el voto nulo es un llamado para que los ciudadanos que sufragan votos partidistas incorporen una deliberación en su expresión política. Votar por un partido no les exime de una deliberación y participación ciudadana en la política de su o sus sociedades. De otro modo, y contrario a lo que se piensa, el voto partidista es un voto irresponsable


El voto nulo también impugna un sistema representacionista. Los políticos partidistas se alejan de los ciudadanos cuando buscan gravar cada vez más cosas, limitando de esa forma el poder adquisitivo de los salarios. Peor aún, algunos pretenden gravar las prestaciones de los contribuyentes cautivos. Mientras tanto, tenemos políticos partidistas que reclaman mejores salarios, mayores prestaciones y exenciones fiscales. Y qué decir de la candidatura del presidente de la república, que anunció y prometió empleos que no sólo no han sido generados, sino que ya él mismo, en el empleo de presidente, no ha sido capaz de frenar la depreciación de los empleos que se han sostenido.


Entre otras cosas, el voto nulo simboliza la ausencia de representación. No es tan arrogante como decir: «no son mejores que nosotros», sino que su puesto exige un trabajo de índole público, no sólo de beneficio particular, que parece ser el acento primordial que dan a su empleo. Una medida efectiva para contratar socialmente a los políticos partidistas, sería restringirles el pago de sus salarios a través de nuestro pago de impuestos. Esto no quiere decir no pagar impuestos, sino etiquetar nuestro pago de impuestos con la consigna de que no hay pagos o aumentos si no hay un trabajo eficaz por parte de ellos.


Mirar nuestra democracia, de recién estreno, desde unas elecciones, empobrece las posibilidades de continuarla. El voto nulo no tiene la última palabra. Tampoco la tienen los partidos políticos, ni las autoridades cualesquiera que sean, ni los políticos nulos, a quienes critican el voto nulo. No hay últimas palabras. Sin deliberación no hay autonomía: el trabajo recién comienza y eso nos atañe a todos, votantes y no votantes, a todos.


Adán Ángeles Jaramillo (adanajus@yahoo.com)

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