jueves, 11 de junio de 2009

Voto nulo: “un peligro para México”

Voto nulo: “un peligro para México”
Horizonte político  José A. Crespo


Hace varios meses comía yo con distinguidos amigos, figuras públicas todos ellos y cercanos en cierto grado a algún partido, sin ser, hasta donde sé, militantes activos. Con ellos comenté mi postura de no dar mi voto a ningún partido político, idea que no compartieron, pero todos coincidieron en que era mejor presentarse a la urna y anular el voto, que quedarse en casa. Así lo creo yo también. Pero por lo visto los partidos no, pues han reaccionado con gran intolerancia contra el voto nulo (tachado) o independiente (por un candidato no registrado), opción contemplada por la ley y, en consecuencia, legítima y democrática. Da la impresión de que preferirían un alto abstencionismo que una elevada proporción de votos de protesta. ¿Cómo así? El Cofipe, en su artículo 4, considera una obligación de los ciudadanos votar. Su incumplimiento no conlleva pena, pero formalmente es una infracción legal. La ley electoral mexicana, y la de muchas democracias, acepta una vía para protestar en la boleta si ninguna de las opciones registradas satisface al elector. En nuestro caso, esa opción es a través del candidato no registrado (voto independiente), contemplado en el artículo 252 del Cofipe. No es correcto, por tanto, meter al voto de protesta en el mismo costal que la abstención, como hacen los partidos y el IFE. El primero es legal e institucional (contrariamente a lo dicho por los partidos y el presidente del IFE, Leonardo Valdés, que bien haría en leer el Cofipe).

A los partidos, el abstencionismo no parece preocuparles demasiado, pero sí el voto de protesta (nulo o independiente). En 2003, cuando se registró 60% de abstencionismo, la reacción de los partidos no fue de descalificación ni condena a los abstencionistas, pese a que no habían cumplido con su obligación legal; simplemente dijeron que tomarían nota de esa señal de apatía. Incluso, en este proceso, cuando las encuestas empezaron a arrojar cálculos de una abstención de 60 a 70% (sin estimar aún los votos nulos), nada dijeron los partidos. Sólo hasta que se detectó que había un movimiento anulista que podría adquirir una dimensión importante, saltaron con todo tipo de descalificaciones, injurias y acusaciones (antidemócratas, retrógrados, subversivos, antipatriotas). No sabía, hasta ahora, que ejercer el ejercicio del voto, con una de las opciones estipuladas por la ley, implicara todo eso. Pensaba que era a la inversa. ¿Qué no las expresiones antiinstitucionales, antidemocráticas o de plano ilegales eran las que amenazaban la gobernabilidad y la institucionalidad? ¿Es ahora una expresión perfectamente regulada y permitida por la ley? Qué extraño.

Por un lado, todos los partidos aseguran que el voto nulo favorece a sus rivales: el PAN, que al PRD y al PRI; el PRI, que a los otros dos; el PRD, lo mismo y, los emergentes, que a los tres grandes. En suma, que el voto nulo favorece a todos y a ninguno. En el absurdo, Andrés López Obrador asegura que este movimiento sirve a “la mafia que le robó la Presidencia”. ¡Por favor! Tales declaraciones son emblemáticas de cómo los partidos ven a sus representados: incapaces de concebir ideas y estrategias propias, de pensar por sí mismos, de empujar iniciativas, de organizarse. Ante la amenaza que el voto de protesta podría representar a sus intereses y privilegios, los partidos unen su voz en coro, cierran filas, emprenden una campaña negativa contra esta expresión cívica. ¿Cómo osamos protestar siquiera contra ellos? ¿Cómo poner en entredicho sus privilegios, salarios y financiamiento? ¿A razón de qué se nos ocurre pedirles cuentas? Somos tratados como sus empleados o, en el mejor de los casos, sus súbditos, no como sus representados, no como sus mandantes. Tenemos que callar y obedecer y, además, votar por ellos.

Dicen, pues, que el voto de protesta es ilegal, subversivo. Pero resulta que la boleta electoral tiene en su base un espacio concreto que dice literalmente: “Si desea votar por algún candidato no registrado, escriba en el recuadro el nombre completo”. Si usted desea, se lee en la boleta. Es decir, siéntase en confianza, puede hacerlo, es legítimo, no es ilegal, no es antidemocrático, no es sedicioso; lo puede hacer si usted así lo decide. Si dicha opción fuera lo que los partidos, sus personeros informales y algunos consejeros del IFE dicen que es, esa leyenda tendría que agregar algo como: “Si usted vota así, incurrirá en una grave irresponsabilidad, un delito de lesa democracia, un acto subversivo; usted representaría un peligro para México”. Entonces, ya no cabría duda. Pero no dice eso.

Todo lo cual habla del carácter no tan democrático de nuestro sistema de partidos. Ese que los anulistas no queremos destruir, sino reformar, abrir, refrescar, aunque no al ritmo y las necesidades de los partidos (nos podría llevar siete décadas). Las demandas planteadas por los grupos anulistas, que buscan hacer eficaz la representación política, no son nuevas. A nueve años de la alternancia, ya era para que hubieran aprobado algunas de las más importantes. Pero vuelvo a la pregunta original: ¿por qué los partidos prefieren la abstención al voto nulo?, ¿por qué no distinguen la abstención del voto de protesta, como lo hace la ley, adjudicando a ambas figuras los efectos de la abstención? Porque ésta, aunque no sea legal, es silenciosa: el voto de protesta, siendo perfectamente legal, es ruidoso. Y como palanca de presión, puede ser mucho más eficaz que la abstención. El voto de protesta (nulo o independiente), nos sugieren los partidos, es “un peligro para México”. En realidad, podría serlo (dependiendo de su magnitud), pero para su cerrado oligopolio, sus injustificados privilegios y su intocable impunidad.

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