martes, 24 de marzo de 2009




Los partidos políticos son la base estructural de un régimen democrático. Tienen ante la sociedad un modo de pensar sobre cómo debe conducirse el país. Son ideas para la acción. Por eso tienen que tener dos características centrales: coherencia y consistencia.

La coherencia se refiere a que deben formar un cuerpo de programas en todos los órdenes del desarrollo social, un cuerpo de políticas integrado. Ahora, también la razón misma de ser instituciones de interés público es que sean consistentes en su pensamiento y en sus propósitos. No pueden andar a la deriva en sus planteamientos a los ciudadanos. Se entiende que las circunstancias cambian para cada elección. Por eso la ley les ordena registrar su plataforma electoral antes, y como condición del registro de los candidatos. La plataforma electoral no es más que la aplicación concreta de su declaración de principios y de su programa de acción para los próximos 3 o 6 años.

Por eso tiene la razón el IFE en su promoción: “piénsale”. Tu voto no puede ser anímico o peor aún, decidido con el hígado, o con sex appeal. Un candidato guapo no garantiza por ello un buen desempeño. Como decía el pajarero: “¿ pa’ qué lo quiere usté, pa’ qué le cante o pa’ que le baile?

Por ejemplo: si un partido nos dice que quiere mejorar la educación y que ése es su propósito, y luego propone examinar a los maestros de cada escuela para darles mayores recursos a las escuelas mejor calificadas, lo que logrará será profundizar más las diferencias, contra el espíritu constitucional de educación de calidad para todos. ¿Dónde está ahí la coherencia?

O si otro dice ahora en todos sus promocionales que hay que imponer la pena de muerte, porque está preocupado por nuestra vida; y sabe que México tiene firmadas convenciones internacionales que proscriben la pena de muerte; y se dice el partido de la vida y el partido juvenil ¿dónde está ahí la consistencia?

Un indicador más del deterioro que han sufrido las instituciones electorales en México y la democracia que creíamos que estábamos alcanzando en lo esencial en 1990 y 1996, es el proceso administrativo lleno de irregularidades seguido por el Consejo de la Judicatura Federal, que en enero de 2008 destituyó al magistrado federal Francisco Salvador Pérez. El procedimiento duró dos años después de que el citado magistrado solicitó al Tribunal Electoral el recuento voto por voto y casilla por casilla del proceso electoral del 2006. El asunto está ahora sometido a la decisión del Pleno de Suprema Corte, para revocar o ratificar su destitución; pero es claro que lo que decida la Corte tendrá un peso que trasciende el nombramiento de un magistrado en lo personal.

Mientras tanto, resultados de recientes encuestas indican ya de manera nítida que la ciudadanía, o una parte importante de ella, no está satisfecha con el manejo que las autoridades federales están teniendo del impacto ocasionado en nuestra economía deficiente por la crisis global. Pero también se trasluce un profundo malestar con el manejo de los partidos políticos, así en general, sobre el proceso electoral en marcha y con el enorme, desproporcionado, monto de dinero asignado para las campañas. Que se asignaron legalmente las propias fracciones parlamentarias en las cámaras federales. A eso añádase la inconformidad ciudadana por el aumento escandaloso en las remuneraciones de los miembros del Consejo General del IFE (aunque hayan desistido).

Un primer consejo, que nadie me ha pedido, me atrevería a ofrecer. Es necesario conocer las plataformas de cada partido, que son formales promesas de su futura actuación. A los candidatos, que para eso traen detrás un escudo, hay que exigirles que expliquen bien qué es lo que ofrece su partido y hacia dónde nos quieren llevar.

Las encuestas difundidas indican que hay un porcentaje muy alto de quienes manifiestan que no piensan votar. Es claro que hay mucha desilusión, mucho desencanto hacia todos los partidos; y eso es muy serio, porque significa desencanto hacia la democracia, o al menos hacia el sistema electoral mexicano.

Con todo, no es prudente dejar de acudir a las urnas. Bastante dañada está ya la institución electoral. Por muy deficiente que sea, siempre será menos mala que el golpe de estado. Además, en elección intermedia, legislativa, aunque llegue a quedar distorsionada la proporción de votos transformados en curules, de algún modo quedará representada la opción que buscamos para nuestro proyecto de nación.

Otro asunto diferente será la elección del 2012, porque el Poder Ejecutivo es de todo o nada; el titular es una sola persona denominada presidente de la República y gobierna con su proyecto total, aun electo con una mayoría relativa.

Habrá entre los ciudadanos, según el resultado de las encuestas, quien haya decido que no le convence ningún partido de los actualmente registrados. De todos modos resulta necesario acudir a votar. Si ninguno les convence como vehículo de su mandato ciudadano, siempre queda el recurso cívico de anular el voto. Ese también es un modo de votar: es la manera de hacerles saber a nuestros dirigentes políticos que ninguno de los actuales partidos es conducto adecuado de nuestra soberanía. Un número considerable de votos deliberadamente anulados, aun sin mensajes adicionales como han aparecido en otras elecciones, los pondrá a pensar en que algo tiene que cambiar. Es un mandato ciudadano.
Esteban Garaiz