domingo, 31 de mayo de 2009

La novena opción en campaña

Augusto Chacón

Para Francisco Ramírez Acuña y David Gómez Álvarez una iniciativa que se valga del voto (nulo) para hacer una protesta social, es inútil y cobarde; tal vez a sus ojos la iniciativa pierde mérito porque no surgió de las entrañas del sistema político que ellos y nomás ellos pueden representar. Si los Flores Magón o Madero se hubieran atenido a las reglas que los acomedidos del sistema político imperante dictaban… o si los estudiantes y los obreros en el mítico 68… o si los rebeldes neo-zapatistas del 94… o si el perseguido partido comunista de antaño… Ninguno de los dos tendría hoy el puesto que tienen.

Siempre que uno confronta hechos históricos que ya resistieron la prueba del tiempo con los que atestiguamos hoy, corre el riesgo de que cualquiera deshaga el argumento con el expediente clásico: ¡pero no vas a comparar a los Flores Magón con los que integran el movimiento Anulo mi Voto! Tampoco equipararé al candidato a diputado federal Ramírez Acuña o al presidente del Instituto Electoral de Jalisco, Gómez Álvarez, con Porfirio Díaz, con Gustavo Díaz Ordaz o Carlos Salinas, ni siquiera con Fernando Gutiérrez Barrios. Pero podemos valernos de ejemplos más cercanos, menos grandilocuentes: la protesta, desarticulada, de miles contra el placazo gozó también del repudio oficial, pero detuvo el abuso; la expresión de malestar que provocó la limosna gubernamental para el santuario de los mártires mereció insultos y menosprecio del funcionario mejor pagado del estado, pero llevó a la Iglesia católica a regresar el dinero. ¿No podrá una anulación masiva de votos pasar el mensaje, a los partidos, a los políticos, de que los gobernados no están contentos, con muchas cosas?

Según David Gómez Álvarez no: “nos parece que es importantísimo que la opinión pública sepa que el voto nulo es falaz, porque no está ofreciendo una opción distinta a la ya existente y sólo está minando el apoyo popular a la legitimidad, a las instituciones democráticas”. Pero entonces ¿cómo aparecerá una opción distinta a la ya existente, sin minar la legitimidad y las instituciones, democráticas o no? Está claro que de los partidos no: la más reciente reforma electoral pretendió atender preocupaciones ciudadanas como el subsidio tan alto que aquéllos recibían y terminó siendo mayor, les damos más dinero y más en especie: el espacio del que se valen para promocionarse en los medios electrónicos; sin contar que para buscar que nadie sino ellos pueda hablar mal de ellos, nos quitaron una porción de libertad de expresión. Pero tampoco aparecerá o podrá ser articulada a través del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana que preside Gómez Álvarez, los dichos de éste se vuelven evidencia abrumadora: no están dispuestos a recibir ningún recado que no esté estrictamente enunciado en el marco legal actual, que nomás ellos interpretan. ¿Qué resta? Eso: tratar de minar la legitimidad, obligarlos a mirar, a oír, a dialogar, porque hay una crisis política profunda que se niegan a reconocer.

Francisco Ramírez Acuña “llamó ayer ‘grupúsculo’ a los integrantes de Anulo mi Voto y calificó de ‘cobardía’ la campaña contra el sufragio.” (Así lo consignó Público el 23 de mayo). Qué curioso, su indirecto apelar a la valentía para combatir el voto nulo se vuelve un llamado irresistible para practicarlo: ¿cómo no recordar su obra pública cara, deficiente y sin terminar; su validación del tolete, vía anal, como instrumento de justicia; la prisión y tortura de inculpados (28 de mayo de 2004)?

¿Es ilegal promover el voto nulo? No. ¿Es ilegal que una autoridad inhiba una iniciativa ciudadana que no está sancionada por la ley? Sí. ¿Entonces porque la reacción tan adversa e irreflexiva? Quizá porque es más sencillo interpretar los sufragios emitidos a favor de un partido como lo han estado haciendo: el votante desea que me adueñe del presupuesto y las prebendas, (no ha sucedido, y este es el problema, que interpreten: el ciudadano quiere que cumpla mis ofertas de campaña). En cambio, darle sentido a una cantidad grande de votos nulos podría ser arduo: si éstos se vuelven un porcentaje significativo de algo estará segura la clase política: no significará un cheque en blanco para disponer del erario. (A la abstención ya se habituaron). De ahí que prefieran referirse a la posibilidad de anular el voto como inutilidad y cobardía.

abenavides@milenio.com

martes, 26 de mayo de 2009

GACETA DEL CHARRO
Ya volví

Germán Dehesa
26 May. 09


Percibo entre la gente un generalizado malestar magnificado por una sensación de impotencia. Lo que yo digo es que no podemos usar más herramientas que las que la democracia nos provee. Pronto tendremos frente a nuestros ojos una boleta (este mensaje no es para los abstencionistas que por serlo han renunciado a su condición ciudadana. A las elecciones aikir, no hay diotra). Si estamos tan hartos de los modos de gobernar de los partidos y del hecho mismo de que existan los partidos como único camino para los puestos de elección, es el momento de anular la boleta con una gran cruz y depositarla en la urna. Los que tienen que saber sabrán de cuál es el talante de sus "gobernados" que ya están hartos de mendrugos y de futbol (y miren quién les está diciendo esto).

Para esta propuesta no valen ni rechazos, ni adhesiones instantáneas. Cada quien tiene que pensarlo muy bien y tiene que desechar la tentación de suponer que uno no puede hacer nada frente al inmenso aparato que controla al país. Por supuesto que uno no puede hacer nada, pero si somos miles o millones de "unos", entonces todo el horizonte cambia y renace para nosotros la esperanza de lograr que nuestro país sea en verdad "nuestro" país. Es urgente mandar el mensaje de que ya estamos optudimóder de discursitos y discursotes, de caciques y líderes que se enriquecen a costillas de nuestros miedos, de una educación siniestra sobre todo en los primeros ciclos que es donde tendría que ser de mejor calidad, de un aparato de seguridad que más que cuidarnos nos aterroriza, de una burocracia lamentable y altiva, de una agricultura que sobrevive en la pura pobreza y de la inmensa cantidad de desposeídos, enfermos y víctimas de la miseria que constituyen la mayoría de nuestra población. Tendremos que recuperar la compasión, la frugalidad, el verdadero amor por un país sufrido, pobre y sin embargo, sonriente, esperanzado y radiante. Yo quiero mucho a México y, al decir esto, nombro todos los colores de la esperanza.


¿Qué tal durmió? MDLVIII (1558)

Los rateros no merecen dormir.


Cualquier correspondencia con esta columna de regreso, favor de dirigirla a dehesagerman@gmail.com (D.R.)

lunes, 25 de mayo de 2009

Somos mayoria

Claudia Ruiz Arriola

Basta considerar algunas estadísticas para darse cuenta de que se ha conformado una gran mayoría que está harta de ver cómo los políticos permiten que se desplome la economía, la seguridad y la justicia

Decía Unamuno que en el mundo hay dos tipos de personas: las que todavía buscan y las que creen haber encontrado. Algo similar ocurre en política, donde los ciudadanos podemos dividirnos en dos grupos.


Según la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (Encup), de un lado está el 4 por ciento que todavía cree en alguna ideología, caudillo o mesías, por lo que milita en un partido, acude a los mítines de sus héroes y está dispuesto a darles su voto. Del otro lado estamos el 96 por ciento de ciudadanos (¡96!) que tenemos claro que las "diferencias" entre los partidos y sus candidatos son sólo epidérmicas, pues la única "ideología" de la que es capaz la clase política mexicana es la demagogia, la transa y la conveniencia personal.


Este segundo grupo, que está harto de ver cómo elecciones van y elecciones vienen, y que la seguridad, la economía, la legalidad y la justicia siguen desplomándose mientras los diputados, senadores, jueces, presidentes, alcaldes y gobernadores se despachan del erario con la cuchara grande y -no conformes con ello- se convierten en socios y patrocinadores de todo tipo de delitos y fraudes, es mayoría. Basta ver las estadísticas del abstencionismo del 2006 (41 por ciento), analizar los resultados de las encuestas de credibilidad o escuchar las quejas del mexicano promedio, para darse cuenta de que somos mayoría.


En este grupo militamos quienes ya sabemos que los buenos propósitos de los políticos -tipo "adelgazar el gasto del Congreso"- duran lo que la dieta de la semana; quienes consideramos una grotesca burla que los dirigentes de los partidos nos digan que "harán todo lo posible" para que no se les cuelen narcos y cleptómanas de supermercado a los cargos públicos; los que estamos hartos de ver cómo la justicia se vende al mejor postor, cómo los custodios de los penales traicionan a la patria, cómo los secuestradores extorsionan y matan con la total anuencia de jueces corruptos y corporaciones policiacas infiltradas; también estamos los que consideramos que el trabajo honesto -y no el odio de clases- es la solución a nuestros problemas. Y somos mayoría.


Desgraciadamente somos una mayoría complaciente, comodona, apática y pusilánime (¿algo más que se me olvide?). Salimos, si bien nos va, a votar o a marchar una vez al año; nos quejamos en la sobremesa con nuestros parientes y cuates abonando al clima de desilusión e impotencia que nos permite excusarnos de tratar de hacer algo por el país (se nos olvida la estrategia yugoslava: quéjate con alguien que pueda ayudarte); nos burlamos, desconfiamos o descalificamos de antemano los tímidos intentos de organizar la sociedad civil al margen de los caciques y sus partidos; desoímos los llamados de solidaridad para proteger a los institutos ciudadanos (IFAI, IFE) de los que depende la buena marcha de la democracia. Al parecer estamos hartos, pero no lo suficiente como para hacer algo. Y ésa es nuestra perdición.


Porque somos mayoría a la hora de quejarnos, pero minoría a la hora de exigir cambios con seriedad, ahínco y perseverancia. Estamos hartos a la hora de criticar, pero a la hora de proponer se apodera de nosotros esa conducta que -según Alexis de Tocqueville- es propia de siervos y esclavos, no de ciudadanos: "se sienten deseos, pesares, penas y alegrías que no producen nada visible ni duradero, como esas pasiones de senectud que no conducen más que a la impotencia (...) todos sienten el mal, pero nadie tiene el valor y la energía necesarios para buscar el bien" (La democracia en América, vol. 1).


Se nos olvida que las insólitas dimisiones que se están dando en Inglaterra debido a los (para nosotros) miniabusos del Parlamento no responden a la decencia de los políticos británicos, sino a la nula tolerancia de los electores ingleses con partidos y políticos abusivos.


En este triste panorama aparecen, cual brotes de tierna hierba en el pavimento, un par de iniciativas ciudadanas que vale la pena considerar para hacer sentir el peso de nuestro hartazgo en las próximas elecciones: uno de estos movimientos pide simplemente que vayamos a votar vestidos de blanco en señal de rechazo a los colores partidistas, a la inseguridad y al cinismo que vivimos; el otro solicita dar a los políticos nulos una cucharada de su propio chocolate y, en vez abstenernos (lo que sería apatía), anular el voto a modo de rechazo activo y deliberado a todos los cárteles políticos que se adulan llamándose partidos.


Es cierto que ninguno de los dos movimientos va a lograr de golpe y porrazo que los políticos se conviertan en dechados de virtud (para eso se necesita un milagro marca Yahvé), pero es igualmente ingenuo pensar que el cambio va a iniciar con ellos. El cambio inicia con nosotros. Y estas iniciativas convierten las próximas elecciones en un reto para demostrar si nuestro hartazgo es lo suficientemente profundo para generar la masa crítica de ciudadanos que el país necesita o si, pese a las pestes que a diario les echamos, los mexicanos somos los felices lacayos de nuestros prepotentes amos.

jueves, 21 de mayo de 2009

Pide Cardenal no anular el voto

Comenta que como en todas las elecciones, los sacerdotes tienen la indicación del Episcopado de no tomar partido ni candidato

Cielo Mejía

Guadalajara, México (21 mayo 2009).- El Cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, pidió hoy, después de oficiar una misa en el Santuario, no anular el voto porque va en contra de la democracia.

"Esos (quienes promueven la anulación) no hace labor de Patria, el abstencionismo va a matar a la democracia, eso no está correcto, hay que votar por el menos peor, pero hay que votar porque es condición de la democracia", consideró después de conmemorar el aniversario de la canonización de los mártires mexicanos.

En esta época de campaña, el Arzobispo dijo que ha recibido a varios candidatos metropolitanos, pero más que darle consejos, ha platicado con ellos.

"Algunos me piden la bendición, otros nomás quieren platicar", aseguró el prelado.

Sandoval Íñiguez comentó que como en todas las elecciones, los sacerdotes tienen la indicación del Episcopado de no tomar partido ni candidato, por lo que no se alentará el voto ni en pro, ni en contra de nadie.

A los aspirantes les ha pedido evitar la guerra sucia durante sus campañas.

Inteligencia electoral

Josefina Leroux
21 May. 09

Lejos de mejorar la relación con gobernados, enmendar los agravios perpetrados a los ciudadanos, los candidatos enajenados repiten campañas, marean con promesas desgastadas para quedarse con los votos y el poder confiando en los amnésicos, en los tontos, en los electores fáciles que buscan un hueso.
El historiador Lorenzo Meyer cree que no podemos cambiar nuestro desafortunado presente sin una revolución de por medio. Significaría no haber aprendido a resolver los problemas sin vivir sus últimas consecuencias. Parece difícil aceptarlo, pero hacia allá vamos.
Una revolución o nuestra evolución. Porque es estúpido pensar que haciendo lo mismo de siempre podríamos alcanzar resultados diferentes, aunque la clase política siga creyéndolo así.
Los cambios en otros países han ocurrido a través del activismo ciudadano, no hay otra forma de balancear el poder absoluto que se les ha otorgado a funcionarios públicos. Por eso necesitamos replantear la política participando para exigir eficientar partidos, creando consejos verdaderamente consultivos, muchos más observatorios ciudadanos y apoyar candidaturas independientes.
No se vislumbran líderes en los cuales confiar para terminar con la pobreza, la ignorancia o la violencia; sus discursos lo evidencian, sus partidos los condenan a fracasar.
Las candidaturas aparentemente limpias carecen de estructura política para enfrentar "cuartos de guerra" de asociados amañados dispuestos a todo con tal de ganar. El panorama es negro.
Por esto y más que siempre, los y las electoras, igual que posibles casaderas, deberán saber elegir bien entre los contendientes. Dejar a un lado la química y fijarse en sus antecedentes, trayectoria, "familia" política, socios, prioridades, equipo de campaña, etc.
Y si nadie lo convence, vaya de todas maneras a votar y anule su voto para que se enteren los contendientes del desprecio ciudadano por su mediocre desempeño. Después de tantas traiciones, infidelidades y fracasos, no debemos equivocarnos.
No hay quien sepa escuchar la voz ciudadana. ¿O usted ha oído a un candidato a puesto de elección popular hablar de reparar la confianza?, ¿a alguien asumir sus errores, el abuso y la corrupción de sus camaradas de partido? ¿Ha escuchado a un confeso avergonzado por lo que ha permitido que ocurra, a uno sensible por la pérdida de calidad de vida, por la involución sometida por errores políticos? Ellos viven en su élite ajena al caos que envuelve a la mayoría.
A diferencia de este pobre país sujeto a políticos indiferentes, en el suplemento del New York Times de este periódico leí el sábado pasado que el Primer Ministro Jigme Thinley, del reino de Bután en el Himalaya, atribuye a la codicia la causa de la catástrofe que vive el Planeta.
Este gobernante ideó que, para combatirla en su región, era imprescindible pensar en términos de "felicidad nacional bruta".
Puede sonar su concepto filosófico ajeno a la política, pero concuerda con aquella sabia idea de Aristóteles, quien atribuyó al vivir bien, al bien común, el objetivo supremo de la política.
En contraste con el político butanés actual -quien identifica a la economía, la cultura, el medio ambiente y el buen gobierno como los caminos para alcanzar la felicidad nacional, y se atreve a señalar 72 indicadores para asegurarla- a nuestra clase política en el poder le importa un bledo nuestra felicidad y las condiciones para el bienestar de la gente común.
Se refieren en sus campañas a la seguridad y al empleo como valores agregados de su futura gestión siendo objetivos básicos de las más primitivas formas de gobierno, pero ni eso han podido cumplir sus partidos.
Y esos candidatos que vemos son los que hay; los que pelean para ganar nuestros votos en poco más de un mes. La hora de actuar ha llegado, los electores tenemos el poder de que se enteren de nuestro repudio.

lunes, 18 de mayo de 2009

Los no ciudadanos

RAÚL TORRES
El Lobby

La declaración puede considerarse como una reveladora “perla” que muestra mucho del talante y la convicción selectiva del candidato que la lanzó al aire en un programa de radio la semana pasada.

El viernes 8 de mayo, Jorge Salinas, aspirante a la alcaldía tapatía por el PAN, se presentó al programa radiofónico matutino Forma y Fondo, que conducen los periodistas Laura Castro y Jorge Navarro (Jonas). Ya hacia el final de la transmisión, Laura Castro retomó una pregunta del auditorio dirigida hacia todos los candidatos y la soltó directa:

–Don José Delgadillo nos dejó una serie de preguntas para todos los candidatos y tienen que ver con el movimiento ciudadano para anular el voto (…): “sé que legalmente ganará el candidato que tenga más votos válidos, así sea sólo uno, pero me gustaría conocer la opinión de los candidatos si en la próxima elección el número de votos nulos fuera mayor a los del candidato ganador. ¿Aceptaría formar parte de un gobierno sin legitimidad?”.

La respuesta de Salinas Osornio, diputado haciendo campaña, fue tajante.

–Yo creo que no se puede llamar ciudadano quien no vota.

–¿Pero si lo anula? –preguntó Jorge Navarro.

–Es no votar, es no tomar una decisión a final de cuentas, ese no puede ser ciudadano, desde el sentido etimológico y desde el sentido… desde todos los sentidos, –concluyó Salinas.

Antes de seguir, el que escribe se confiesa: según la nueva taxonomía del legislador especialista en estos temas, esta mano del Lobby no pertenece a la categoría de los ciudadanos, aunque no deje de ser persona (o ser humano, como se prefiera), pues aunque conserva la misma credencial de elector desde 1993 (sólo para trámites burocráticos), dejó de emitir sufragios en 1997.

Dicho lo dicho, hay varias consideraciones sobre lo dicho por Salinas Osornio. No votar o anular el voto también es tomar una decisión, pues a fin de cuentas se está optando por hacer o dejar de hacer algo, más allá de lo establecido como derecho u obligación en el torcido sistema político de esta nación (que eso sirva o no de algo es otra discusión).

Suponiendo que sobre quien anula su voto o no vota cae una especie de conjuro que le exime de ser ciudadano, entonces hay un gran número de “no ciudadanos” en el país. De hecho, y haciendo caso sólo a los números del IFE (es decir, sin contar a los menores de 18 años y a los que no tiene registrados), somos poco más del 44 por ciento de las personas que tienen derecho a votar y a ser votados (aunque este último sea un derecho inútil si no se está dentro del sistema de partidos). Parece entonces que algo anda mal con esta democracia.

Según el IFE, en 2006 no votaron 29 millones 583 mil 51 personas y anularon su voto 904 mil 604 personas; ese mismo año, en Jalisco no votamos poco más del 39 por ciento de los enlistados en el padrón, y anularon sus votos 54 mil 214 personas. Según estos mismos números y la tesis del candidato diputado, en Guadalajara sólo hay 810 mil 82 ciudadanos, pues de las 825 mil 610 personas que votaron, 15 mil 528 anularon su voto.

Salinas sustenta sus dichos apelando a la etimología, pero habría que recordar entonces que la palabra ciudadano proviene del latín civis, cuyo significado original se distorsiona en la lengua castellana, pues su única herencia en nuestra lengua llega a través del adjetivo civilis (civil). En latín, la palabra civis designaba, antes que a la ciudad, a la persona, cosa importante para entender lo que en verdad significa. En español es al revés, pues la palabra “ciudadano” deriva de la palabra “ciudad”, lo que, de facto, provoca que los derechos políticos (como parece que los entiende Salinas) se fundamentan en una cuestión de geografía política. Quizá por eso la política de este país está como está.

Siguiendo con esta lógica de pensamiento salinista, lo opuesto a “ciudadano” es “extranjero”, y con ese argumento sería entonces posible explicar por qué muchos nacidos en estas tierras nos sentimos como extraños en ellas. Aunque pensándolo mejor, no suena mal ser un no ciudadano y salirse de esa lógica, más aún si es viernes de noche.

viernes, 15 de mayo de 2009

Anula tu voto


 


lunes, 11 de mayo de 2009

Partidos políticos en Jalisco, sometidos a Raúl Padilla y Juan Sandoval: académico

La situación social y económica no cambiará mientras se les permita intervenir, dice

JORGE COVARRUBIAS

Poco se puede esperar de los partidos si éstos no pueden ser autónomos en sus decisiones, refiere el politólogo del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) Joaquín Osorio Goicoechea. En entrevista con La Jornada Jalisco, el académico del Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos de esta casa de estudios sostiene que la situación social y económica del estado no cambiará en mucho con la renovación de poderes, no mientras se permita a Raúl Padilla López y a Juan Sandoval Iñiguez intervenir en asuntos que no les competen.
Para el analista político, una demostración palpable de que los partidos están sometidos a estas dos figuras –el ex rector de la Universidad de Guadalajara (UdG) y el cardenal– se exhibió la semana pasada en el Congreso del Estado, donde los diputados fueron incapaces de nombrar al nuevo titular del Instituto Estatal de Transparencia y Acceso a la Información (ITEI).
“Lamentable, lo digo, porque tanto la dirigente del PRI, Patricia Retamoza, como el dirigente de la fracción del PRI (Juan Carlos Castellanos), le dijeron directamente al candidato más calificado, Esteban Garaiz, que tenía que cabildear con el licenciado. Entonces resulta que el licenciado es Raúl Padilla López, ex rector de la Universidad de Guadalajara, que no es miembro, digamos, de ningún partido y, sin embargo, los priístas le tienen que pedir permiso para ver si deciden, si tienen capacidad de decidir sobre quién preside el organismo de la transparencia y el derecho a la información, que es un derecho social, un derecho que tenemos todos los ciudadanos y que obliga a todas las instituciones, incluida a la UdeG, a dar cuentas claras de lo que está haciendo. Y por otra parte, en lo oscurito, más discretamente, la misma dirigencia del PAN le insinuaba a Esteban Garaiz que era importante tener la anuencia del licenciado. Ahora resulta que al licenciado no hay ni que nombrarlo, ya sabemos quién es. Por supuesto, en el PRD sabemos nosotros, en el PRD local, el licenciado secuestró a ese partido, incrustó en sus dirigencias a las personas más importantes como dirigentes, la gente de su grupo político y finalmente también el licenciado tiene tentáculos que llegan al PRI, al PAN, al PRD, no se diga a los partidos pequeños”, señaló.
“Para uno como ciudadano, y a lo mejor nosotros en el análisis, vemos que el poder real, el poder fáctico, el poder que tiene el grupo de Padilla, resulta ser más importante que el poder de los partidos. Entonces, yo qué credibilidad puedo tener, un ciudadano qué credibilidad puede tenerle a dirigentes de partido, a candidatos a la presidencia del municipio que te guste, si no pueden decidir nada por sí mismos, tienen que pedirle permiso a alguien que no es miembro de ningún partido y que de hecho es el que ejecuta las acciones más relevantes. O es pedirle permiso a monseñor, al cardenal, o es pedirle permiso al licenciado. Entonces, me parece muy grave que los partidos no tengan la fuerza que deberían tener y la capacidad de decisión y la contundencia para proponer sus propias plataformas y sus planes de trabajo, cuando en la política real, cuando hay que decidir quién encabeza un organismo autónomo, ellos tienen que pedirle casi que recurra a esos poderes de hecho, a los poderes reales que no son de los partidos. Entonces a quién representan los partidos, a los poderes de los ricos y a los poderes de los poderosos, no se representan a sí mismos, y menos, menos a los ciudadanos. Entonces creo que es una llamada de atención para que en este inicio los partidos realmente postulen en sus discursos, discursos claros, contundentes, directos, pero que respondan a las necesidades de sus electores, no a los que los manejan”.
–¿Qué les queda a los ciudadanos ante este escenario?
–Pues no me explico, porque los partidos se asustan de la tendencia que hay tan fuerte de abstencionismo o del voto nulo, cuando los partidos no muestran que tengan capacidad. Yo creo que los ciudadanos estaríamos como más exigidos también a empujar a los partidos para que presenten candidatos decentes, candidatos importantes, candidatos que jalen.
El analista coincidió en que el arranque de campañas fue muy flojo, en parte por la declaración de alerta sanitaria que emitió la Secretaría de Salud (SSA) para prevenir los contagios de influenza, pero también porque los partidos no fueron lo suficientemente creativos para pensar en otras alternativas.
“Se necesita que expongan de manera muy sintética y muy clara los postulados fundamentales tanto de sus plataformas como partido, como de los planes que tiene cada uno de los candidatos; o sea, su proyecto de trabajo, de modo que los ciudadanos tengamos un mensaje muy claro, más directo, más contundente y más enfocado a convencer a los ciudadanos”.
–¿Entonces es Raúl Padilla una pieza clave en las elecciones?
–Me parece que lo han hecho una pieza clave todos los partidos; digo, por supuesto que el señor ha hecho su propio trabajo, pero me parece lamentable que los partidos le den tanta importancia, así como me parece lamentable que casi casi le vayan a pedir anuencia al cardenal y, en síntesis, más allá del cardenal o Raúl Padilla, nos damos cuenta que atrás de los candidatos y atrás de los partidos todavía estamos como en tiempos premodernos; el poder fáctico, el poder del gran señor, es el que define quiénes van y quiénes no van en una lista en un organismo autónomo y, por supuesto, tienen que estar de acuerdo en quién va y quién no va en una lista de diputados; es lamentable. Lo lamentable es que haya estos poderes que rebasan incluso el ámbito de los partidos, que está por detrás, que tiene una influencia tal, que casi casi no se puede mover un dedo si no es con la anuencia. Es curioso, en el (19)85 el Partido Acción Nacional se cuidaba muchísimo de cualquier cosa que viniera de la Universidad, porque consideraba que cualquier universitario, que cualquier movimiento en la Universidad, estaba maquiavélicamente dirigido por Raúl Padilla y resulta que ahora recomiendan que se cabildee con él o con sus personeros. Esto es un deterioro de la política.

lunes, 4 de mayo de 2009

México enfermo

Denise Dresser
4 May. 09

Una epidemia enraizada en la incapacidad del Congreso para entender su papel como promotor del interés público

Ciudadanos acuartelados. Tapabocas omnipresentes. Calles vacías. Escuelas cerradas. País enfermo. México asolado por la influenza, buscando cómo curarla; México varado por un virus letal, intentando contener sus peores efectos. Pero mientras la mayor parte de los mexicanos centra su atención en los estragos producidos por una granja porcina en Veracruz, poco entiende la otra gran enfermedad. La epidemia que recorre el Congreso y afecta a sus miembros. La infección viral que debilita a los diputados, somete a los senadores, y convierte a la clase política en un grupo de hombres y mujeres sin columna vertebral. Seres febriles con síntomas compartidos. Seres inermes que protegen privilegios empresariales en vez de promover derechos ciudadanos. Demostrando cuan contagiados están cuando aprueban con 295 votos a favor, cero en contra y cero abstenciones una iniciativa que permitiría las "acciones colectivas" que -en teoría- otorgarían poder a consumidores indefensos ante abusos de compañías públicas y privadas. Pero en México, el virus que produjo la llamada "Ley Televisa" sigue vivo y la reforma mal diseñada es un signo más del mal que no hemos podido erradicar.

Una epidemia enraizada en la incapacidad del Congreso para entender su papel como promotor del interés público. Otra vez, como ocurrió en el 2006 frente a las televisoras, los diputados cedieron. Otra vez, como en aquella coyuntura la élite empresarial logró su objetivo: evitar que los ciudadanos defiendan sus derechos, promuevan sus intereses, participen como sujetos plenos y no como objetos tutelados. Porque hay muchos otros países -Colombia, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Ecuador, Costa Rica, España, toda Europa, Canadá y Estados Unidos- que reconocen el derecho de sus ciudadanos a defenderse colectivamente. A organizarse a través del llamado "class action" como el que encabezó la famosa Erin Brockovich contra una empresa contaminante. A demandar a una compañía que ofrece malos servicios o impone cobros indebidos o daña el medio ambiente o produce daños a la salud. Pero en México, la clase política le sigue negando ese derecho ciudadano a sus habitantes y acaba de demostrarlo. En México, ser consumidor es ser indefenso. Invisible. Impotente. Ciudadano al que se le exige participar pero se le niegan los caminos para hacerlo.

Es vivir con la frustración cotidiana que entraña recibir un cobro de luz exorbitante, un recibo telefónico estratosférico, un estado de cuenta bancario ininteligible. Es vivir con el enojo compartido ante las gasolineras tramposas, los medidores amañados, las compañías que optan por abusar de consumidores en lugar de generar su lealtad mediante buenos servicios y productos. Es vivir sabiendo que no hay instrumentos con los cuales pelear contra todo eso, porque el gobierno no lo permite, los empresarios no lo toleran, la Profeco no cumple con su función y la Condusef tampoco. En la iniciativa recién aprobada, sólo el gobierno podrá iniciar las acciones colectivas en contra de sí mismo o de empresas cuyo comportamiento considera cuestionable. Y eso equivale a encargarle el gallinero a los zorros. Equivale a colocar la defensa de derechos ciudadanos en manos de quienes quieren cercenarlos.

La conducta de los congresistas no es novedosa pero sí sorprendente; uno pensaría que la experiencia enfermiza de la "Ley Televisa" habría generado anticuerpos. Habría vacunado a los partidos contra procesos que los convierten en correa de transmisión de microbios que paralizan a México. Pero parecería que no es así y la razón se encuentra en el foco del contagio. En el lugar de donde surge esa infección mutante que afecta a demasiadas iniciativas legislativas: la cúpula del Consejo Coordinador Empresarial. Las empresas que enviaron cabilderos para diseminar el virus ante el cual tantos sucumbieron. Un sector corporativo de miras cortas y vetos pesados. Una clase empresarial incapaz de comprender que al limitar las "acciones colectivas" condena a México a la mediocridad económica, al proteger a compañías con pocos incentivos para innovar y muchas oportunidades para expoliar. Una clase empresarial incapaz de entender que al colocar tapabocas a la participación ciudadana promueve todo aquello que tanto asustó a las élites en la elección del 2006. La polarización. La insatisfacción. El resentimiento.

Sin duda México está enfermo. Pero su padecimiento va más allá de la influenza actual. Tiene que ver con el control de arriba hacia abajo, con la exclusión de muchos por pocos, con los privilegios económicos que leyes -como la recién aprobada- buscan perpetuar. Y la única vacuna posible es aquella que asegure derechos plenos a una ciudadanía que todavía no los tiene. El único antiviral contra la impunidad es la acción ciudadana. El único diagnóstico útil es aquel que, como escribió Sigmund Freud, "nos obliga a mirarnos el alma, conocernos, entender por qué la enfermedad estaba destinada a surgir, y quizás entonces curarla".