lunes, 29 de junio de 2009
domingo, 28 de junio de 2009
23 razones para anular
Más allá del 5 de julio
viernes, 26 de junio de 2009
Los de arriba vs. los de abajo
jueves, 25 de junio de 2009
Sin deliberación no hay autonomía
Adán Ángeles Jaramillo
25.06.09
La insuficiencia del abstencionismo radicaba en que lo interpretaban las personas equivocadas. Pero a esa expresión de desencanto se ha sumado otra con contenidos específicos. Esta vez el voto nulo nos presenta la oportunidad de deliberar y, quizá, de madurar nuestra democracia, porque nos permite evaluarla y discutirla.
No se trata de números, mayorías o minorías, sino de problematizar y desarrollar sociedades plurales que interactúan con problemáticas diferentes. Desde esta iniciativa, la democratización, como nos recuerda Lechner, es aprender a valorar la existencia de criterios dispares acerca de «lo mejor». Porque no existe la verdad absoluta, porque somos responsables de decidir el futuro. Lo trágico de los partidos políticos es hacernos olvidar que el orden es una tarea colectiva. Por tanto, la política a la que estamos llamados ciudadanos y partidos, es aquella en la que los objetivos de una sociedad se elaboran y deciden continuamente.
Como el abstencionismo, el voto nulo también ha sido interpretado bajo la mezquina mirada de los partidos políticos que lo descalifican o, que en un caso peor, lo miran estadísticamente como un voto que compite en números con los votos que obtendrán sus candidatos partidistas, como si el voto nulo perteneciera a un partido más, aunque con la tranquilidad para éstos de que no ha sido registrado. No obstante, la dignidad y la utilidad del voto nulo está a salvo por significar una instancia ciudadana deliberativa y también democrática.
Algunos ciudadanos descalifican el voto nulo pensando que hay que votar por un partido determinado, pero quizá lo que no se ha advertido es que ni el sistema de partidos ni el sistema de votación expresan con claridad una acción deliberada. Por tanto, no podemos hablar de una autonomía. Los ciudadanos entendemos que el espacio público ha sido monopolizado por los partidos políticos.
El IFE tampoco ha dado muestras de claridad en el manejo imparcial de las votaciones partidistas. Quedan muchas dudas de su autonomía. El hecho de que sean los ciudadanos quienes operen las casillas electorales parece disculpar al IFE de numerosas irregularidades, pero la conformación del organismo electoral deja ver ingerencias partidistas.
El voto por un partido político no expresa claramente una deliberación ciudadana por una plataforma de trabajo. Y aunque sigue siendo la vía legal para la expresión ciudadana, el voto es un mecanismo acotado que no permite declarar más que la continuidad o la alternancia de partidos políticos en los puestos que deciden la vida pública de una presunta sociedad, pero no más. Los partidos políticos interpretan que los ciudadanos entregan ciegamente su confianza con el voto partidista. Y en parte es cierto, muchos ciudadanos creen que su responsabilidad termina con asistir a las urnas. Pero, ¿qué pasa cuando las plataformas que se exhiben en tiempos electorales se desdibujan o simplemente son incumplidas por los políticos electos? Los ciudadanos extienden su queja, sin efecto, por otro trienio o sexenio, según aplique.
No obstante, con todas las limitantes e imperfecciones el voto nulo es un llamado para que los ciudadanos que sufragan votos partidistas incorporen una deliberación en su expresión política. Votar por un partido no les exime de una deliberación y participación ciudadana en la política de su o sus sociedades. De otro modo, y contrario a lo que se piensa, el voto partidista es un voto irresponsable
El voto nulo también impugna un sistema representacionista. Los políticos partidistas se alejan de los ciudadanos cuando buscan gravar cada vez más cosas, limitando de esa forma el poder adquisitivo de los salarios. Peor aún, algunos pretenden gravar las prestaciones de los contribuyentes cautivos. Mientras tanto, tenemos políticos partidistas que reclaman mejores salarios, mayores prestaciones y exenciones fiscales. Y qué decir de la candidatura del presidente de la república, que anunció y prometió empleos que no sólo no han sido generados, sino que ya él mismo, en el empleo de presidente, no ha sido capaz de frenar la depreciación de los empleos que se han sostenido.
Entre otras cosas, el voto nulo simboliza la ausencia de representación. No es tan arrogante como decir: «no son mejores que nosotros», sino que su puesto exige un trabajo de índole público, no sólo de beneficio particular, que parece ser el acento primordial que dan a su empleo. Una medida efectiva para contratar socialmente a los políticos partidistas, sería restringirles el pago de sus salarios a través de nuestro pago de impuestos. Esto no quiere decir no pagar impuestos, sino etiquetar nuestro pago de impuestos con la consigna de que no hay pagos o aumentos si no hay un trabajo eficaz por parte de ellos.
Mirar nuestra democracia, de recién estreno, desde unas elecciones, empobrece las posibilidades de continuarla. El voto nulo no tiene la última palabra. Tampoco la tienen los partidos políticos, ni las autoridades cualesquiera que sean, ni los políticos nulos, a quienes critican el voto nulo. No hay últimas palabras. Sin deliberación no hay autonomía: el trabajo recién comienza y eso nos atañe a todos, votantes y no votantes, a todos.
Adán Ángeles Jaramillo (adanajus@yahoo.com)
miércoles, 24 de junio de 2009
Ética y política
Sergio Aguayo Quezada

En el mundo existen múltiples combinaciones de ética y política. En México hay un divorcio tan brutal entre ambas que la política se hace cada vez más intolerable. ¿Existe solución?
El tema es antiquísimo y tiene dos grandes posturas. Una sostiene que ni la moral ni la ética tienen aplicación en la política; lo fundamental es obtener el poder y preservarlo por el mayor tiempo posible. Para otra corriente, que suscribo plenamente, una sociedad funcional bien estructurada y organizada debe guiarse por valores asociados con la ética: igualdad, libertad, justicia, tolerancia, respeto a la naturaleza y a la diversidad, etcétera.
El Partido Acción Nacional y lo que ahora es el Partido de la Revolución Democrática nacieron invocando valores con los cuales buscaban distinguirse de la manera tan feroz como ejercían y mantenían el poder los priistas. Manuel Gómez Morín se enorgullecía de que el PAN viviera en la "intransigencia diamantina de los principios" y Carlos Castillo Peraza aseguraría, años más tarde, que ellos anteponían "la ética a la política". Y en la izquierda, personajes como Valentín Campa, Heberto Castillo y Cuauhtémoc Cárdenas confirmaron una y otra vez que es posible actuar con principios en la política.
Todos esperábamos que cuando el PAN y el PRD llegaran al poder encabezarían una revolución ética. No fue así y ello se demuestra en indicadores como el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional, según el cual este rasgo de la vida nacional no se ha modificado para nada en los años que llevamos de alternancia. Las mediciones numéricas se ven confirmadas con el acontecer diario.
La tragedia de la guardería de Hermosillo demuestra cuán vivo sigue el tráfico de influencias en los gobiernos priistas; la entrega de Lotería Nacional para la Asistencia Pública a Elba Esther Gordillo y su grupo confirma que para Felipe Calderón la "intransigencia diamantina" consiste en el pago de facturas a quienes le ayudaron a ser Presidente; el fandango de Iztapalapa es una vergüenza para el PRD y para Andrés Manuel López Obrador, y una constatación de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sigue empeñado en contribuir a la incertidumbre jurídica.
El movimiento en favor de anular el voto nació porque la principal preocupación de nuestra clase política es preservar el poder y porque nos sentimos indefensos ante sus tropelías. En teoría, los organismos públicos de derechos humanos (y entre ellos incluyo al Tribunal antes mencionado) tienen la función de defender los derechos de las mayorías. Salvo contadas excepciones, estos organismos han sido avasallados por los partidos que no toleran la independencia y la autonomía. El saldo neto es que la función de la ciudadanía se reduce a votar cada tres años y a padecer el resto del tiempo las consecuencias de una democracia enferma.
La Italia de Berlusconi nos recuerda que no somos el único país que padece estos males. Lógicamente, han surgido propuestas como la de la filósofa española Adela Cortina, quien considera que el radicalismo del siglo 21 consiste en "emprender en todos los ámbitos e instituciones una revolución ética". Según esta pensadora, los ciudadanos "tienen en sus manos la posibilidad de ser los verdaderos p rotagonistas de una nueva ética basada en los conceptos de dignidad, felicidad, compromiso y diálogo". La revuelta anulacionista es un esfuerzo por sacudir las conciencias y lograr que qui enes gobiernan en nuestro nombre incorporen el bien común en sus consideraciones.
Es inevitable que en este movimiento surjan expresiones maximalistas. José Woldenberg (Proceso, mayo 31, 2009) y otros han señalado que por momentos se cae en un peligroso maniqueísmo y que la "retórica antipolítica" pone en un lado a una clase política perversa, corrupta e ineficiente y en el otro, a un pueblo "noble, incorruptible, trabajador". Advierte, entonces, que de esa contradicción puede surgir un "salvador, que puede ser un movimiento, un líder carismático" que destruya lo logrado. Intransigencias similares aparecen en quienes nos condenan pese a que la anulación de los votos está incluida en las leyes electorales.
Es muy probable que el movimiento anulacionista coincida en un pliego petitorio mínimo que de ser tomado en consideración por los partidos podría llevar a nuestra lenta y tortuosa transición a la etapa de la refundación democrática.
La miscelánea
Entretanto, sigue habiendo avances consistentes en el entendimiento de la transición. Ilán Bizberg y Lorenzo Meyer presentaron la semana pasada los cuatro volúmenes de Una historia contemporánea de México, en edición de Océano y el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. En ellos, docenas de autores iluminan diferentes aspectos de nuestra historia reciente. Una fiesta del conocimiento y una obra de referencia que se hará indispensable.
saguayo@colmex.mx Colaboró para esta columna Guadalupe Correa.
lunes, 22 de junio de 2009
domingo, 21 de junio de 2009
Siempre los otros, urge un nosotros
2009-06-20•Al Frente
Sólo mirando se puede saber así.
Raúl Bañuelos
Si nos abstenemos de votar o si votamos para que ningún partido sume a su favor nuestra voluntad, dicen que dejaremos que otros decidan por nosotros. Lo que no aclaran es quiénes son esos otros que dispondrán de la vida nacional sin considerarnos, tampoco enuncian qué es lo que decidirán. No obstante, cuando tal afirman, una fibra muy delicada y sensible que los mexicanos compartimos nos lleva a decir: ah, qué la canción, por mí no decide ningún otro, nomás eso faltaba.
¿Decidimos las propuestas, los candidatos y el plan de trabajo de los partidos? No, lo hacen otros; sólo nos toca optar entre nombres, logotipos y frases de ocasión predeterminados, aunque no nos gusten. ¿Decidimos el nivel intelectual de las campañas de quienes buscan que votemos por ellos, o decidimos que llamen a nuestras casas a contarnos chismes cada uno de cada cual en nombre de encuestas espurias? No, es también prerrogativa de otros. ¿Podemos opinar sobre lo que hará el candidato ganador luego de que se instale en el puesto que “decidimos” darle? Tampoco, si así fuera, el Congreso no habría cerrado dos meses para que 28 de los 40 diputados cumplieran su inevitable metamorfosis trianual: mudar de oruga a oruga; si nuestra decisión valiera algo, el río Santiago no sería cauce de enfermedades, de corrupción, nadie le regalaría dinero a Televisa o haría obras de pésima calidad y caras para después, como si nada, pretender ser diputado federal por el distrito 10.
Siempre deciden otros, pero cuidado: no los que votan por un partido diferente al nuestro o los que se abstienen o los anulistas; sino otros que un día son diputados, después senadores, regidores, líderes sindicales, iluminados de barrio, gobernadores, etc. Los reconocemos porque se congregan en camarillas llamadas partidos, y se amparan beatíficamente en la Constitución.
Estos otros no pueden estar a favor de la reelección directa de legisladores, va en contra del corporativismo porque las candidaturas son moneda corriente para comprar adeptos; por lo mismo es impensable que den acceso a la posibilidad de candidatos independientes. Estos otros tuercen lo que sea con tal de impedir la reglamentación del plebiscito, del referéndum y la revocación de mandato, son decisiones, dicen, que les corresponden por derecho de casta, y deciden no decidir. Estos otros se espantan ante la transparencia y la rendición de cuentas, ¿cómo queremos que hagan su trabajo si nomás estamos mirándolos y preguntando? Nuestro poder de decisión está para ejercerse cada tres años y está circunscrito a las opciones que estos otros deciden darnos. ¿Podemos decidir que se haga justicia a los bebés quemados en Hermosillo por la corrupción y estupidez de estos mismos otros? No.
Si votamos por alguno de los partidos que nos proponen, seguiremos dejando que estos otros mantengan su república alterna a nuestras costillas; pero también si anulamos o nos abstenemos. Es decir: tengamos cuidado al identificar a los otros que los otros ya conocidos nos quieren vender como dañinos: los ciudadanos ejerciendo su derecho-obligación de votar no son el origen del rumbo que toman las cosas públicas, así voten por alguien, no vayan a las urnas o anulen su boleta. Son esos otros enquistados en el presupuesto quienes deben hacerse cargo de los distintos niveles que puede tener el mensaje que sin duda contiene toda votación. Tan respetable es quien opta por un partido como quien se abstiene o anula; no les hagamos el juego a quienes amarran navajas para simular un estado democrático, una venturosa transición política.
Una muestra de lo que los otros ya conocidos pueden hacer con las decisiones que según ellos tomamos nosotros, la tenemos en Iztapalapa, ciudad de México: ahí Andrés Manuel López Obrador, que está en contra del voto nulo, quiere que el movimiento que él creó anule el de los ciudadanos de esa delegación: voten por el PT, si gana, el electo va a renunciar para que gobierne una por quien ustedes no votaron.
Si nos ponemos estrictos, y ya es hora: no importa por quién sufragues, en este país los votos nacen nulos por taras de genética política. Quizá es momento de aumentar el valor del gesto de anular: que el voto anulado conscientemente sea símbolo del cambio que exigimos, uno al que inclusive los iraníes se atreven.
sábado, 20 de junio de 2009
La politicidad de la abstención
viernes, 19 de junio de 2009
jueves, 18 de junio de 2009
Promotores del voto nulo crean frente nacional
martes, 16 de junio de 2009
Voto nulo: efectos jurídicos
lunes, 15 de junio de 2009
Anular es votar
Denise Dresser
15 Jun. 09