jueves, 21 de mayo de 2009

Inteligencia electoral

Josefina Leroux
21 May. 09

Lejos de mejorar la relación con gobernados, enmendar los agravios perpetrados a los ciudadanos, los candidatos enajenados repiten campañas, marean con promesas desgastadas para quedarse con los votos y el poder confiando en los amnésicos, en los tontos, en los electores fáciles que buscan un hueso.
El historiador Lorenzo Meyer cree que no podemos cambiar nuestro desafortunado presente sin una revolución de por medio. Significaría no haber aprendido a resolver los problemas sin vivir sus últimas consecuencias. Parece difícil aceptarlo, pero hacia allá vamos.
Una revolución o nuestra evolución. Porque es estúpido pensar que haciendo lo mismo de siempre podríamos alcanzar resultados diferentes, aunque la clase política siga creyéndolo así.
Los cambios en otros países han ocurrido a través del activismo ciudadano, no hay otra forma de balancear el poder absoluto que se les ha otorgado a funcionarios públicos. Por eso necesitamos replantear la política participando para exigir eficientar partidos, creando consejos verdaderamente consultivos, muchos más observatorios ciudadanos y apoyar candidaturas independientes.
No se vislumbran líderes en los cuales confiar para terminar con la pobreza, la ignorancia o la violencia; sus discursos lo evidencian, sus partidos los condenan a fracasar.
Las candidaturas aparentemente limpias carecen de estructura política para enfrentar "cuartos de guerra" de asociados amañados dispuestos a todo con tal de ganar. El panorama es negro.
Por esto y más que siempre, los y las electoras, igual que posibles casaderas, deberán saber elegir bien entre los contendientes. Dejar a un lado la química y fijarse en sus antecedentes, trayectoria, "familia" política, socios, prioridades, equipo de campaña, etc.
Y si nadie lo convence, vaya de todas maneras a votar y anule su voto para que se enteren los contendientes del desprecio ciudadano por su mediocre desempeño. Después de tantas traiciones, infidelidades y fracasos, no debemos equivocarnos.
No hay quien sepa escuchar la voz ciudadana. ¿O usted ha oído a un candidato a puesto de elección popular hablar de reparar la confianza?, ¿a alguien asumir sus errores, el abuso y la corrupción de sus camaradas de partido? ¿Ha escuchado a un confeso avergonzado por lo que ha permitido que ocurra, a uno sensible por la pérdida de calidad de vida, por la involución sometida por errores políticos? Ellos viven en su élite ajena al caos que envuelve a la mayoría.
A diferencia de este pobre país sujeto a políticos indiferentes, en el suplemento del New York Times de este periódico leí el sábado pasado que el Primer Ministro Jigme Thinley, del reino de Bután en el Himalaya, atribuye a la codicia la causa de la catástrofe que vive el Planeta.
Este gobernante ideó que, para combatirla en su región, era imprescindible pensar en términos de "felicidad nacional bruta".
Puede sonar su concepto filosófico ajeno a la política, pero concuerda con aquella sabia idea de Aristóteles, quien atribuyó al vivir bien, al bien común, el objetivo supremo de la política.
En contraste con el político butanés actual -quien identifica a la economía, la cultura, el medio ambiente y el buen gobierno como los caminos para alcanzar la felicidad nacional, y se atreve a señalar 72 indicadores para asegurarla- a nuestra clase política en el poder le importa un bledo nuestra felicidad y las condiciones para el bienestar de la gente común.
Se refieren en sus campañas a la seguridad y al empleo como valores agregados de su futura gestión siendo objetivos básicos de las más primitivas formas de gobierno, pero ni eso han podido cumplir sus partidos.
Y esos candidatos que vemos son los que hay; los que pelean para ganar nuestros votos en poco más de un mes. La hora de actuar ha llegado, los electores tenemos el poder de que se enteren de nuestro repudio.

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