jueves, 2 de julio de 2009
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La acción política noviolenta es un arte y una ciencia. Está encaminada a transformar el orden social sin recurrir a la destrucción de la vida y naturaleza. Pero nada tiene que ver con acciones románticas e inocentes, como la flor en la punta del rifle o el pacifismo a ultranza. Su esencia radica en suprimir las fuentes el poder del adversario, sin exterminarle. Su enseñanza elemental es que el poder radica en la voluntad de las personas, en su sentido de dignidad, para dejar de obedecer a actores políticos corruptos, autoritarios, violentos e injustos.
Es un genuino acto que transgrede los límites de la subjetividad política dentro de la norma y sugiere al individuo , a su comunidad, que para que las cosas cambien hay que tomar las riendas.
Luisa Ortíz y Freddy Cante
“El parlamento como órgano soberano y unitario para la articulación entre la mayoría y la oposición, no existe más. La partidocracia es la negación de la regla de la mayoría, pues un pequeño grupo de representantes concentra, sin rendir cuentas, la representación popular”
José Maranini, Mitos y realidad de la democracia
¿dónde quedó mi voto?
lotería partidista
“Todos los partidos son iguales, no hay a quién irle”, “Yo ando muy apático”, “Después de lo que pasó en 2006, yo voy a anular mi voto”, “¿Para qué ir a votar? ¿De qué sirve?”… Palabras más, palabras menos, esas son tan sólo algunas de las razones que he escuchado para no participar en las próximas elecciones del 5 de julio.
Es posible argumentar que esas opiniones no explican la complejidad de las deficiencias de nuestra democracia o, simplemente, se puede no estar de acuerdo con ellas. Sin embargo, lo que esas frases expresan con claridad es el creciente y por lo general justificado descontento de los mexicanos para con el sistema electoral, para con los políticos y para con el régimen democrático.
Datos de la propia Secretaría de Gobernación confirman ese estado de ánimo. El 66% de los participantes en la cuarta Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas declaró no creer en comicios limpios, mientras que 52% dijo estar insatisfecho con la democracia.
Así, intentar responder interrogantes fundamentales como por qué no funciona nuestro régimen político o por qué las libertades democráticas no se han visto acompañadas por igualdad de oportunidades económicas y de desarrollo para la población merecería tratamiento aparte. Por ende, mi intención en este texto es centrarme solamente en cómo los mexicanos encararemos la jornada del 5 de julio, a partir de la cual se renovarán la Cámara de Diputados, seis gubernaturas, la Asamblea Legislativa del DF y las 16 jefaturas delegacionales de la capital.
A grandes rasgos se plantean tres opciones: a) votar, consciente o inconscientemente, por los candidatos de un solo partido o de manera diferenciada; b) abstenerse, sea por indiferencia o como manifestación de protesta; y c) anular el sufragio como otra muestra de inconformidad.
Como apuntaba desde el principio, las dos últimas alternativas cobran cada vez más fuerza. Frente a esa realidad, asimismo, surgen otras preguntas como qué es lo que nos dice la abstención de nuestra sociedad o si el voto nulo tiene o no alguna utilidad.
El suplemento Ideas del sábado pasado sirvió de arena para ese debate. En primer lugar, el politólogo César Cansino sostuvo que el abstencionismo, contrario a lo que suele pensarse, no necesariamente es signo de escasa cultura democrática, sino que habla de que la gente es capaz de discernir si tiene sentido o no acudir a la urna. Además, señaló que para estas intermedias —que tradicionalmente convocan menos participación que unas presidenciales— se espera un índice de abstención de 62% del padrón.
Respecto del voto nulo se dio una confrontación interesante. Por un lado, Onésimo Flores afirmó que esta acción únicamente equivale a una expresión de descontento que no asume mayor compromiso con la vida pública y, por lo tanto, es como entregar un cheque en blanco a los políticos. Para él, en la medida en que quien anula la boleta no elige entre ninguno de los candidatos, no está en facultad de exigirles cuentas después.
En el otro extremo, Andrés Lajous defendió el derecho al sufragio nulo al asegurar que se trata de una toma de postura, a saber: “Creo en la democracia y en las elecciones, pero no creo en ninguno de los que hoy quieren ser nuestros representantes”. A su juicio, aquel que no está convencido con la oferta político-electoral no está obligado a pronunciarse a favor del “menos peor”, sino que puede externar esa insatisfacción tachando la papeleta.
Polémica sin duda, la discusión invita a reflexionar por qué camino transitaremos durante la jornada comicial. En lo personal, considero que tanto abstenerse de votar como anular la boleta constituyen vías legítimas de manifestar nuestro descontento siempre y cuando cumplan con dos condiciones: primero, ser actos conscientes, pensados, no reacciones viscerales ni producto de la imitación, y segundo, ser sólo un componente de una actitud cívica más amplia, responsable, crítica y proactiva.
A mi entender, no importa cuán simbólicos resulten una baja participación o un alto porcentaje de votos nulos si los ciudadanos nos conformamos con protestar de esa forma y, una vez concluido el periodo electoral, dejamos de demandar a los gobernantes y a los representantes gestiones eficaces o, más aún, si no proponemos ni colaboramos en la mejora de la vida pública. Los políticos deberán atender el mensaje que dejen los comicios de julio. Nosotros también.
P.D. Para los interesados en el tema, César Cansino y Jorge Javier Romero tomaron parte ayer en una de las entrevistas digitales que diariamente organiza la Subdirección de Opinión de EL UNIVERSAL.
mauricio.torres@eluniversal.com.mx
Quizá sería exagerado decir que la democracia mexicana está en peligro pero de que hay signos ominosos los hay.
Según todas las encuestas recientemente publicadas, hay un fuerte descenso en el aprecio que los mexicanos tienen por las principales instituciones que definen a la democracia: las elecciones, los diputados, los senadores y los partidos políticos.
La cuarta edición de la Encuesta Nacional Sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de Segob dada a conocer el pasado jueves aporta un dato alarmante: el 66% de la población piensa que en México las elecciones no son limpias.
Siete de cada diez mexicanos confían poco o nada en los partidos políticos; 66% no sabe (o no responde a la pregunta) por qué partido inclinarse; tres de cada cuatro encuestados expresan que los diputados y senadores toman más en cuenta sus propios intereses o los de sus partidos al elaborar las leyes; sólo uno de cada diez ciudadanos cree que estos funcionarios públicos toman en cuenta los intereses de la población.
De participación, ¡ni qué hablar! Menos de 10% de los ciudadanos afirman haber estado involucrados en actividades típicas de las democracias como la participación en la toma de decisiones de su comunidad, en la formación de comisiones vecinales, en marchas y protestas, en el envío de cartas de inconformidad a un medio o a la autoridad, en la colocación de mantas y firmas de desplegados o en la simple portación de un distintivo.
Todos estos signos se dan en el peor momento. En el momento en que el sistema le pide a los ciudadanos que refrenden su fe en el sistema democrático a través de la única participación política generalizada: el voto.
Aún no puede hablarse de un movimiento para boicotear las elecciones pero el asunto está a debate y cada vez se escuchan más voces que cuestionan la utilidad de participar en las elecciones o que llaman a abstenerse o a protestar a través de la anulación del voto.
A las redacciones de los periódicos llegan cada vez más cartas de los ciudadanos que los editores nos hacen el servicio de reproducir y que prenden focos rojos. El domingo Reforma nos regala dos en su sección de Cartas del Lector en las que se sugiere concurrir a las urnas pero no votar por las opciones que vienen impresas en las boletas.
A nuestro correo electrónico también llegan presentaciones -por ejemplo la de "México ya no Aguanta Más"- conminándonos a cancelar el voto el próximo 5 de julio y explicando las razones por las que debemos observar esta conducta: ninguna de las opciones atiende las necesidades ciudadanas, todas son cómplices de los poderes fácticos; estamos hartos de los partidos políticos.
En el número de Nexos que circula actualmente, especialistas en política plantean el dilema entre votar y no votar, exponen las estrategias utilizadas en otras democracias, analizan las razones detrás de los llamados al abstencionismo o a la anulación del voto y debaten sobre las consecuencias que cada una de estas opciones acarrearía.
Ni los preocupantes datos que arrojan las encuestas, ni la opinión de ciudadanos más politizados que se buscan la manera de dar a conocer sus opiniones, ni la cada vez más extensa discusión en los medios están haciendo mella en los políticos. No han ofrecido respuesta alguna. Mucho menos han articulado una estrategia para atajar conductas que más allá de otras consecuencias sí militan en contra de la consolidación democrática.
Ante las amenazas del abstencionismo o la anulación del voto los partidos nos responden con oídos sordos y nos ofrecen más de lo mismo: candidatos que transitan de un partido a otro porque no lograron la nominación en el de origen, personajes que migran de un partido a otro porque el lugar que se les ofrece en la lista es más ventajoso, partidos que en lugar de confrontar alternativas de política confrontan ineficiencias o corruptelas, militantes de un partido que hacen campaña abierta o soterrada por candidatos de otros partidos, partidos que hacen trampas en los procesos de selección interna para evitar que algunos de sus propios militantes obtengan una candidatura...
La señal es clara: no hay principios, no hay ética, no hay ideología, no hay proyecto. Hay poder, empleo, dinero, fuero e impunidad.
Las democracias son regímenes en los que los ciudadanos piden mucho y dan poco. De lo poco que dan es el voto. Si incluso éste se escatima, la democracia está en problemas. La nuestra comienza a estarlo y los políticos no acusan recibo.
El voto en México necesita ser defendido frente a dos adversarios que son difusos y cada vez más fuertes. Entre más se fortalece uno de ellos, con más fuerza repercute en el segundo. Funcionan como un ciclo combinado que corroe quizá irreversiblemente nuestra democracia electoral. Estos enemigos no tienen una sola cabeza. A veces se corta una, pero es sustituida por las demás. Sobreviven a lo largo del tiempo entre más los ignoramos, obviamos su existencia o provocan la abstención. El primer paso para enfrentarlos es poniéndoles el nombre de la actitud que los llama a existir: el cinismo y la indiferencia.
Los malos políticos en México viven de nuestro propio cinismo. De nuestra renuncia a tratar de describir un país diferente. Cada que pedimos a alguien que no sea ingenuo, que no sueñe, que acepte la realidad tal y como la definen quienes hoy gobiernan, le estamos pidiendo que no le exija nada a quienes nos representan frente a las instituciones. Le estamos pidiendo que no los empujen a representarnos mejor. Cuando aceptamos en la frustración que “así es la política”, garantizamos que la política siga siendo como es. Cumplimos nuestra propia profecía.
Es de esta profecía que viven hoy los malos políticos. Con ella los invitamos a seguir haciendo lo que hacen: no ofrecernos algo que podamos considerar bueno, y nos incitan a conformarnos con el menos peor. Felipe Calderón lo confirma al decir “lo posible es enemigo de lo mejor”, pero evita decirnos que lo posible hoy son este gobierno, estos partidos con estos políticos. Su diagnóstico no falla, están muy lejos de ser lo mejor. Podemos votar por el menos peor, una o dos veces, pero para la tercera votar pierde todo sentido. ¿Para qué tomarnos el tiempo de votar, si ni siquiera podemos votar por algo que creamos que sea mejor?
Aun así los malos políticos saben que para ganar elecciones necesitan que los pocos que siguen votando voten más por ellos. Ahora están metidos en su propio problema. Su cinismo, con el que renuncian a competir imaginando y proponiendo lo que consideran mejor, les deja como única estrategia de movilización infundir el miedo entre la ciudadanía. Por un lado, el gobierno del PAN, en medio de una guerra entre crimen, policía y Ejército, sin recato le transfiere el nombre del enemigo público al PRI al declararlo en su publicidad “narco”. Por el otro lado, el PRI desde la toma de posesión de Calderón nos amenazaba con tener en las manos la estabilidad (o inestabilidad) del país. Ahora, meses antes de la elección aprovecha para reafirmar su amenaza: “La estabilidad está en juego”. Nada más.
Aun con el miedo como motor electoral, muchos ciudadanos no verán razón para votar. Los malos políticos les dicen “vota por el menos peor”, “vota por el que te dé menos miedo”. Esas no son buenas razones para votar, sino para quedarse en casa, protegerse, aislarse de la sociedad, no volver a abrir la boca y ser indiferentes frente a lo que suceda fuera de nuestra seguridad individual. Así parecen expresarlo los spots del PRD: “Ustedes quédense en casa, sean indiferentes, nosotros desde nuestro centro de análisis (vestidos de negro) podemos tomar todas las decisiones”.
De la indiferencia también viven los malos políticos pero, aún más grave, con ella se gesta el autoritarismo. Cuando las personas se dejan de presentar a votar porque sólo pueden votar por lo menos peor, cuando prefieren quedarse en casa porque creen que su voto no vale o tienen demasiado miedo para salir, ya no hay manera de castigar a los políticos por hacer la política que hacen. Las democracias electorales viven de quienes votan y de quienes cuentan los votos. Si no cumplimos una de esas dos condiciones es difícil que el sistema electoral sobreviva. Los políticos que pueden gobernar sin votos suelen ser malos gobernantes. El autoritarismo ya no tiene la excusa de ser buen gobierno.
La democracia electoral en México no depende sólo de los partidos, pese a lo que sus dirigentes digan, sino de los miles de voluntarios que contarán los votos, y de los otros miles que van a los consejos distritales del IFE a verificar los padrones. También depende de las personas que se levantan ese día y deciden expresarse a través del voto. No hay duda: si ese día no hay votos por contar y votos contados, no hay democracia, aunque haya partidos.
La elecciones no sólo son un sistema de elección de gobernantes, sino uno de información. Permiten saber qué preferencias, preocupaciones y objetivos tiene la sociedad. Cuando unos votan por las izquierdas y otros por las derechas, tenemos una idea de cuántas personas quieren cierto tipo de gobierno con ciertas prioridades. Pero si las opciones no satisfacen a nadie y sólo se vota por el menos peor, entonces no tenemos la fotografía que la sociedad necesita para conocerse, entenderse y tomar decisiones de manera informada. Por eso hay pocas cosas tan graves para una democracia electoral como la abstención. La sociedad y sus gobiernos se quedan sin saber qué piensan los que no votan.
El cinismo provoca la indiferencia y la indiferencia la abstención. Ese es el ciclo del cual se alimentan buena parte de nuestros políticos. La única manera de reventar el ciclo es votando por lo que sí queramos votar. No tenemos por qué aceptar la regla del cinismo y expresarnos por el menos peor, por qué dejar que nos quiten la capacidad para expresar que queremos algo mejor que lo que hay. Votar no es un favor ni un deber; es un llamado que nos hacen nuestras mejores convicciones para actuar y expresarnos. Si este año esas convicciones son que ningún partido que hoy compite las representa, entonces anular el voto es el acto que así lo expresa.
El llamado al voto nulo no debe asustar a nadie. Es un paso para reconocer que buena parte de los problemas del país se debe a cómo nos representan quienes se supone que lo hacen. Incluso es motivo de celebración para quienes creemos en las instituciones electorales de nuestra democracia. El llamado representa el interés de ciudadanas y ciudadanos por comunicarse con el resto a través del voto, aunque no se sientan representados por ningún partido. No hay mejor forma de mandar el mensaje: “Creo en la democracia y en las elecciones, pero no creo en ninguno de los que hoy quieren ser nuestros representantes”. Si quienes quieren protestar no lo pueden hacer a través del voto, dejarán de votar. Cuando nadie vota ahí sí es cuando tenemos que preocuparnos, ahí es cuando la semilla del autoritarismo deja de ser semilla y se convierte en raíz.
andres.lajous@gmail.com
http://andreslajous.blogs.com
Analista
Los ciudadanos estamos representados en el Congreso por el diputado de nuestro distrito para que nuestra opinión sea tomada en cuenta, por eso es necesario que votemos y pensemos bien al votar, lo dice la Constitución y nuestro código electoral… (ya puede usted soltar la carcajada: ¡juar, juar, juar!!! O como se estila por internet: lol: laughing out loud=carcajadas). En los hechos, los partidos han conseguido blindarse contra cualquier forma de control ciudadano:
1. Se dieron la llave única de entrada al Congreso y al Ejecutivo. Los partidos y sólo los partidos pueden lanzar candidatos a puestos de elección popular, cualquier puesto en cualquier elección, local o federal. Están en perfecta complicidad todos, sin excepción. Es un acuerdo entre secuaces para repartirse el pastel del presupuesto sin dar cuentas a otro poder ni al ciudadano, porque nada le deben ni tiene éste cómo oponerse.
2. Nos habíamos dado un Instituto Federal Electoral integrado por consejeros inamovibles para que ese árbitro tuviera completa independencia. Dieron golpe contra el IFE, en abierto desacato de la ley. Se pelearon por colocar cada uno su alfil y no cumplieron ni los plazos que ellos mismos se habían ordenado. Los ciudadanos sólo pudieron, la mayoría, tragarse su rabia; quienes escribimos, despotricar inútilmente. Nos repetirán el numerito cuantas veces se les pegue la gana porque no hay otro poder, ni la Suprema Corte, que pueda objetar sus golpes y someter por la ley a los golpistas. Van solos y no se quitan.
3. Atentaron contra la libertad ciudadana a informarse sobre las pillerías, malos manejos o francos delitos que un candidato pueda tener en su haber porque está prohibido “denigrarlos” y “deslustrarlos”. Es ya contra la ley señalar que la candidata a gobernadora por el PRD, Irma Serrano, declaró su admiración por Hitler, salvo, matizó, porque “dejó demasiados judíos vivos”. Es contra la ley ventilar los acuerdos de Mario Marín, hoy gobernador de Puebla, mañana candidato al duodeno distrito, con un pederasta. Es contra la ley mencionar el halconazo del 10 de junio al participante comprobado y fotografiado, pero candidato.
¿Queremos derogar esas aviesas limitaciones a la libertad de expresión y de información? Debemos pedirlo… a quienes las elaboraron con el fin de que no los pudiéramos tocar con el pétalo de una crítica.
4. De 500 diputados, 200 se deben única y exclusivamente a la dirección de su partido que les regaló la diputación a cambio de disciplina. Los otros 300 deben salir a pelear por su curul, pero una vez elegidos en votación universal no tienen obligación, ni incentivo alguno, para buscar la opinión de sus electores por la sencilla razón de que, hagan como hagan, sean faltistas o tesoneros, ignorantes o promotores de magníficas leyes, todos están castigados de antemano con la no reelección. Así que trabajan, de nuevo, para las oligarquías de cada partido en afán de congraciarse con ellas y, en tres años, saltar de una Cámara a otra y evadir la no reelección.
5. Desde hace cuatro legislaciones los vemos empecinados en la manera de meter zancadilla al contrario, al costo que sea para el país. Esperan iniciativas de ley frotándose las manos para no dejarlas pasar. Los “acuerdos” que nos venden como súmmum de ingeniería legislativa y condescendencia mutua son basura. Nada con respecto a reformas en fisco, energía, petróleo, trabajo, seguridad pública.
6. Han impuesto a las campañas electorales la trivialización de quien vende refrescos, moda o hamburguesas y nadie puede evitar ese daño a la vida republicana porque no hay el instrumento ciudadano para hacerlo ni el poder que equilibre esas desmesuras.
7. Hicieron gratuitos sus spots en radio y TV, pero no se rebajaron de manera proporcional los miles de millones que antes pagaban a medios electrónicos. Se asignaron tres mil 600 millones de pesos y debemos agradecer que no fueran 10 o 100 veces más, porque no habríamos tenido cómo impedirlo. A fines de febrero, los consejeros del IFE avisaron, en plena crisis que tiene en la calle a centenas de miles de desempleados, que se subirían el sueldo, de 175 mil a 333 mil… al mes. Se retractaron, pero el daño por la intentona desvergonzada ya es irreparable.
Por esto, porque nos han maniatado, los ciudadanos debemos anular nuestro voto, pedir el recuento de los insultos puestos en las boletas o, simplemente, no votar. En 1976, no tener otro candidato frente a López Portillo, hizo pensar al PRI que debería permitir una mayor expresión ciudadana, y así dieron inicio las reformas electorales culminadas en 20 años y que hoy vemos en peligro. Quizá los partidos recapaciten ante urnas vacías. Quizá no, y debamos recurrir a instancias internacionales.
Luis González de Alba. Escritor. Su libro más reciente es Otros días, otros años. Es colaborador del diario Milenio
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